Dos pescadores somalíes usando grandes bufandas sobre sus cabezas para ocultar sus caras miran furtivamente a su alrededor mientras entran en la habitación para una reunión secreta para contarme por qué recientemente decidieron convertirse en piratas armados con pistolas, en busca de rescates de un millón de dólares.
“Eres libre de grabar, aceptamos”, me dice uno, mientras se sientan nerviosamente para la entrevista que ha tomado meses en organizar en el pequeño pueblo costero de Eyl.
Este comportamiento contrasta fuertemente con la bravuconería de los piratas que solían pasear por este encantador y antiguo puerto ubicado entre montañas áridas en la costa del Océano Índico de Somalia.
Siempre ha sido considerado estratégico, no solo por su ubicación, sino también porque tiene una fuente de agua dulce, y durante el auge de la piratería de principios a mediados de la década de 2000, los piratas lo convirtieron en su base.