Andando sobre cristales rotos y escombros en botas militares, rifle en mano, la gerente de oficina Anya es otra Bruja voluntaria. Ahora con 52 años, encuentra el entrenamiento militar empoderador.
“Bajo la ocupación, sentí la completa falta de sentido de mi existencia. No podía ayudar a nadie más, ni defenderme. Quería aprender a usar armas, para poder ser de alguna utilidad”.
Hay mucha charla con los entrenadores: las mujeres se están divirtiendo. Pero más tarde esa noche, en su base en el bosque, una de ellas se abre aún más y comparte una historia escalofriante.
Cuando Bucha fue tomada, las fuerzas rusas comenzaron a ir de casa en casa. Violaban y asesinaban. Entonces un día, se corrió el rumor de que los ocupantes iban a matar a los niños.
“Por la decisión que tomé ese día, nunca perdonaré a los rusos”, confiesa esta mujer.
No compartiré los detalles de lo que me contó, la decisión extrema que tomó, solo que los soldados nunca llegaron y ella nunca tuvo que actuar. Pero esta mujer ha sido atormentada por ese momento desde entonces, y por la culpa.
La primera vez que sintió alivio fue cuando comenzó a aprender a defenderse, a su familia y a su país.
“Venir aquí realmente ayudó”, me dice en voz baja. “Porque nunca más me sentaré como una víctima y estaré tan asustada”.