Durante el verano de la Copa del Mundo de 1982, el mejor amigo de Edi Rama resultó ser la única persona que conocía que tenía un televisor en color. Así que todas las tardes, Rama se encontraba apretujado en su cocina con muchas otras personas, esperando desesperadamente que la señal borrosa y parpadeante se mantuviera.
En aquel entonces, Albania era una isla, bajo el opresivo y conspirativo gobierno de Enver Hoxha. Los viajes al extranjero estaban prohibidos para todos menos para unos pocos privilegiados. Incluso la comunicación con el mundo exterior, especialmente con Occidente, era limitada. Rama y sus amigos solo podían seguir esa Copa del Mundo a través de lo que posteriormente ha llamado una “red oscura” operada por RAI, el canal estatal italiano.
En una reciente entrevista con el diario italiano Tuttosport, dijo que todavía recuerda ese mes con cariño. Italia sirvió como avatar de Albania en el torneo; los dos países, en la estimación de Rama, son “un pueblo dividido por el mar, pero unido en todo lo demás, similar como dos gotas de agua”. Cuando Dino Zoff, el capitán italiano, finalmente levantó el trofeo en Madrid, se sintió como una victoria también en Tirana. “Lo vimos en sus manos, como si también estuviera en las nuestras”, dijo Rama.
El triunfo, sin embargo, fue realmente algo así como un bono. Más que nada, lo que quedó en la memoria de Rama de ese verano, décadas antes de convertirse en primer ministro de Albania, fue la sensación de que había vida fuera de su país. Las palabras de los comentaristas, dijo, “tuvieron el efecto indescriptible en nosotros de no sentirnos solos en ese agujero negro”.
En la inauguración de una exposición a principios de este año sobre la vida de Paolo Rossi, uno de los grandes héroes italianos de ese torneo, Rama lo expresó aún más elocuentemente. “El fútbol no era solo el balón y el juego para nosotros, era la imagen de otro mundo”, dijo. “Era la oportunidad de ver un espejo en movimiento, un sueño prohibido”.
Cuarenta años después, Rama no ha olvidado ese poder. Ha sido primer ministro desde 2013 y rara vez ha perdido la oportunidad de utilizar el deporte en general —jugó baloncesto en su juventud— y el fútbol en particular como una forma no solo de ganar votos, sino también de definir una nación.