El barco se abrió camino a través de los manglares, un laberinto enredado de ramas espinosas que albergan jaguares y monos aulladores. Estábamos en Belice, como mostraban las señales de GPS, el país centroamericano de habla inglesa donde los piratas británicos se establecieron hace siglos.
Sin embargo, miembros del ejército de Guatemala, vestidos con camuflaje y boinas, nos vieron. Al acercarse en su propio bote, empuñaron rifles, con los dedos índices cerca de los gatillos.
“¡Acaban de entrar en aguas guatemaltecas!” gritó uno en español cuando estaban a unos cuantos pies. “Solicitamos que se dirijan hacia el puesto de comando guatemalteco más cercano.”
Wil Maheia, el líder del grupo beliceño con el que estábamos, respondió: “¡No, están invadiendo aguas beliceñas! ¡Si nos llevan bajo custodia, eso será un secuestro!”
El episodio puso al descubierto una disputa política latente en una de las esquinas más volátiles de América Central, en la que Belice, el país menos poblado de Centroamérica con solo medio millón de habitantes, se enfrenta a Guatemala, el gigante de la región con una población de 18 millones.