El peligroso juego de pelota constitucional de Gran Bretaña.

En abril de 2022, cuando Boris Johnson todavía era el primer ministro de Gran Bretaña, anunció un plan que inmediatamente generó controversias: enviar a los solicitantes de asilo en vuelos de ida a Ruanda sin escuchar primero sus reclamos de protección como refugiados en el Reino Unido.

La propuesta, que significaba que incluso aquellos a quienes se les había concedido asilo se quedarían en el pequeño país africano, estaba tan desvinculada de las normas globales, y parecía tan evidentemente en violación de los compromisos de Gran Bretaña en virtud del derecho humanitario, que muchos comentaristas políticos pensaron que Johnson estaba tratando de forzar un fracaso para luego culpar a activistas de izquierda y los tribunales.

Desde entonces, dos primeros ministros han dejado el cargo, pero el plan ha seguido siendo central para el Partido Conservador gobernante, a pesar de una serie de desafíos legales.

El mes pasado, el Tribunal Supremo de Gran Bretaña rechazó la propuesta, encontrando que Ruanda no es un país seguro para los refugiados, y que por lo tanto enviar solicitantes de asilo allí, como se había predicho, violaría la ley internacional y británica.

En lugar de dejar descansar el asunto, el primer ministro Rishi Sunak redobló su apuesta. Cuando su gobierno firmó un tratado con Ruanda que, según afirma, abordará las “preocupaciones” del tribunal, introdujo una legislación de emergencia que establece que Ruanda es un país seguro para los refugiados y prohíbe a los tribunales y funcionarios de inmigración que consideren lo contrario.

Su nuevo proyecto de ley – una especie de grito legislativo de “¡Na de esas!” – fue aprobado en una votación inicial en el Parlamento el martes por la noche, y ahora pasa a la Cámara de los Lores para su revisión.

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Muchos expertos creen que el proyecto de ley finalmente fracasará. Pero hay una historia más amplia aquí. El extraño intento de torcer la realidad para anular los hallazgos del tribunal sugiere que Gran Bretaña podría estar siguiendo la tendencia de Estados Unidos, Francia, Israel y otros países en una tendencia que, según los expertos, representa una amenaza para la estabilidad democrática: gobiernos que juegan “hardball” con sus constituciones para probar los límites de la ley.

-Unicornio –

” Mire cualquier democracia en crisis y encontrará ‘hardball’ constitucional”,
Dijeron Levitsky y Ziblatt en un ensayo de invitados en The Times en 2018.

En Venezuela, en 2004, por ejemplo, cuando el tribunal supremo del país intentó verificar la autoridad del Presidente Hugo Chávez, el presidente y sus aliados en el congreso añadieron una docena de escaños al tribunal y los llenaron con jueces afines, neutralizando el poder del tribunal como control sobre la agenda de Chávez. Eso no era ilegal, pero violaba las normas sobre el papel de los tribunales y la forma en que los demás poderes del estado debían ejercer su autoridad.

Recientemente, en Hungría, Viktor Orbán usó la mayoría de su partido para reescribir la constitución del país, y empleó una serie de otras iniciativas para llenar el sistema judicial con leales. Aunque las medidas eran legales, socavaban la democracia húngara y concentraban el poder en manos de Orbán.

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