MALINDI, Kenia (AP) — Shukran Karisa Mangi siempre se presentaba borracho en el trabajo, donde desenterraba los cuerpos de miembros de una secta apocalíptica enterrados en tumbas poco profundas. Pero el alcohol no pudo adormecer su conmoción la mañana en que encontró el cuerpo de un amigo cercano, cuello torcido de tal manera que su cabeza y torso se enfrentaban en direcciones opuestas.
Esta muerte violenta perturbó a Mangi, quien ya había desenterrado cuerpos de niños. El número de cuerpos seguía aumentando en esta comunidad frente a la costa de Kenia, donde se acusa al líder extremista evangélico Paul Mackenzie de instruir a sus seguidores a morir de hambre por la oportunidad de encontrarse con Jesús.
Aunque a veces ve los restos de otros cuando intenta dormir, Mangi dijo recientemente, la imagen recurrente del cuerpo mutilado de su amigo lo atormenta cuando está despierto.
“Murió de una manera muy cruel,” dijo Mangi, uno de los varios sepultureros cuyo trabajo fue suspendido a principios de año a medida que los cuerpos se acumulaban en la morgue. “La mayor parte del tiempo, sigo pensando en cómo murió.”
En una de las masacres relacionadas con cultos más mortales de la historia, se han recuperado al menos 436 cuerpos desde que la policía allanó la Good News International Church en un bosque a unos 70 kilómetros tierra adentro de la ciudad costera de Malindi. Diecisiete meses después, muchos en la zona siguen conmocionados por lo sucedido a pesar de las advertencias repetidas sobre el líder de la iglesia.
Mackenzie se declaró inocente de los cargos por los asesinatos de 191 niños, múltiples cargos de homicidio culposo y otros delitos. Si es condenado, pasará el resto de su vida en prisión.
Algunos en Malindi que hablaron con The Associated Press dijeron que la confianza de Mackenzie mientras estaba bajo custodia muestra el poder de gran alcance que proyectan algunos evangelistas aunque sus enseñanzas socaven la autoridad gubernamental, infrinjan la ley o dañen a seguidores desesperados por sanaciones y otros milagros.
No es solo Mackenzie, afirmó Thomas Kakala, un autodenominado obispo del Ministerio Internacional Jesús Cares con sede en Malindi, refiriéndose a pastores cuestionables que conocía en la capital, Nairobi.
“Los miras. Si estás sobrio y quieres escuchar la palabra de Dios, no irías a su iglesia,” dijo. “Pero el lugar está lleno.”
Un hombre como Mackenzie, que se negó a unirse a la fraternidad de pastores en Malindi y raramente citaba las Escrituras, podría prosperar en un país como Kenia, según Kakala. Se han suspendido a seis detectives por ignorar múltiples advertencias sobre las actividades ilegales de Mackenzie.
Kakala dijo que se sintió desanimado en sus intentos por desacreditar a Mackenzie años atrás. El evangelista había reproducido una cinta de Kakala en su estación de televisión y lo había declarado enemigo. Kakala se sintió amenazado.
“Esos eran algunos de sus poderes, y los estaba usando,” dijo Kakala.
Kenia, al igual que gran parte de África Oriental, está dominada por cristianos. Si bien muchos son anglicanos o católicos, el cristianismo evangélico se ha extendido ampliamente desde la década de 1980. Muchos pastores modelan sus ministerios a la manera de exitosos telepredicadores estadounidenses, invirtiendo en radiodifusión y publicidad.
Muchas de las iglesias evangélicas de África están dirigidas como empresas unipersonales, sin la guía de juntas fiduciarias o laicos. Los pastores a menudo no rinden cuentas, derivando autoridad de su percebida capacidad para realizar milagros o hacer profecías. Algunos, como Mackenzie, pueden parecer todopoderosos.
Mackenzie, exvendedor callejero y taxista con educación secundaria, fue aprendiz de un predicador en Malindi a finales de los años 90. Allí, en la tranquila ciudad turística, abrió su propia iglesia en 2003.
Un predicador carismático, se decía que realizaba milagros y exorcismos, y podía ser generoso con su dinero. Sus seguidores incluían a maestros y agentes de policía. Venían a Malindi desde toda Kenia, lo que hizo que la prominencia nacional de Mackenzie extendiera el dolor de las muertes por todo el país.
“Como líder religioso, veo a Mackenzie como un hombre muy misterioso porque no puedo comprender cómo fue capaz de matar a todas esas personas en un solo lugar,” dijo Famau Mohamed, un sheikh en Malindi. “Pero algo que sigue siendo desconcertante, incluso en este momento, es que aún habla con tanta valentía… Siente como si no hubiera hecho nada malo.”
Las primeras quejas contra Mackenzie se referían a su oposición a la educación formal y a la vacunación. Fue detenido brevemente en 2019 por oponerse a los esfuerzos del gobierno de asignar números de identificación nacional a los kenianos, diciendo que los números eran satánicos.
Cerró sus instalaciones de la iglesia en Malindi más tarde ese año e instó a su congregación a seguirlo a Shakahola, donde arrendó 800 acres de bosque habitado por elefantes y felinos.
Los miembros de la iglesia pagaban pequeñas sumas para ser propietarios de parcelas en Shakahola, y se les exigía construir casas y vivir en aldeas con nombres bíblicos como Nazaret, según sobrevivientes. Mackenzie se volvió más exigente, prohibiendo que personas de diferentes aldeas se comunicaran o se reunieran, dijo el exmiembro de la iglesia Salama Masha.
“Lo que me hizo (darme cuenta) de que Mackenzie no era una buena persona fue cuando dijo que los niños debían ayunar hasta morir,” dijo Masha, que escapó después de presenciar las muertes por inanición de dos niños. “Ahí fue cuando supe que no era algo que yo pudiera hacer.”
La casa de paja con panel solar donde vivía Mackenzie era conocida como “ikulu,” o casa de estado. La policía encontró leche y pan en el refrigerador de Mackenzie mientras sus seguidores morían de hambre cerca. Tenía guardaespaldas. Tenía informantes. Y, decisivamente, tenía su aura como el profético “paapa” autoproclamado para miles de seguidores obedientes.
“(Él es) como un jefe, porque tenían una pequeña aldea y mi hermano es el anciano de esa aldea en particular,” dijo Robert Mbatha Mackenzie, hablando de la autoridad de su hermano mayor en Shakahola. “Fue allí, y, en solo dos años, hizo una gran aldea. Y muchas personas lo siguieron allí.”
Mbatha Mackenzie, un albañil que vive con su familia y cabras en una choza de hojalata en Malindi, dijo que aunque Mackenzie fue generoso con sus seguidores, nunca trató a su familia extendida con una amabilidad similar.
“Mi hermano — parecía un político,” dijo. “Tienen labia, y cuando habla algo a las personas, las personas le creen.”
Una exmiembro de la iglesia que escapó de Shakahola dijo que perdió la fe en Mackenzie cuando vio cómo sus hombres trataban a personas al borde de la muerte por inanición. Dijo que los guardaespaldas de Mackenzie se llevaban a la persona hambrienta, quien nunca volvía a ser vista.
La mujer dijo que era “como una rutina” que los guardaespaldas violaran mujeres en las aldeas. Dijo que también fue agredida sexualmente por cuatro hombres mientras estaba embarazada de su cuarto hijo. The Associated Press no identifica a las víctimas de presuntos asaltos sexuales a menos que elijan identificarse públicamente.
Quienes intentaron salir del bosque sin el permiso de Mackenzie enfrentaban golpizas, al igual que quienes eran atrapados rompiendo el ayuno, según exmiembros de la iglesia.
Las autopsias realizadas a más de 100 cuerpos mostraron muertes por inanición, estrangulación, asfixia y lesiones sufridas por objetos contundentes. Mangi, el sepulturero, dijo que creía que aún faltaban por descubrir más fosas comunes en Shakahola. Según la Cruz Roja de Kenia, al menos 600 personas están reportadas como desaparecidas.
Priscillar Riziki, quien dejó la iglesia de Mackenzie en 2017 pero perdió a su hija y tres nietos en Shakahola, rompió en llanto al recordar a Mackenzie como “bueno al principio” pero cada vez más descortés con sus seguidores. A Riziki no se le permitió que su hija Lorine llevara a sus hijos en visitas familiares sin la aprobación de Mackenzie, dijo Riziki.
Uno de los nietos de Riziki fue identificado a través de un análisis de ADN y recibió un entierro adecuado. Se presume que Lorine y dos de sus hijos están muertos.
Durante la pandemia de COVID-19, que testigos dijeron fortaleció la visión de Mackenzie sobre los últimos tiempos, el líder ordenó más ayunos rigurosos que se volvieron aún más estrictos para finales del 2022. Se prohibió a los padres alimentar a sus hijos, dijeron los testigos.
Algunos miembros de la iglesia que escaparon de Shakahola difundieron noticias del sufrimiento allí, causando una pelea dentro del bosque cuando extraños en motocicletas intentaron una misión de rescate, dijo el anciano de la aldea Changawa Mangi Yaah.
El grupo de rescate tuvo dos de sus motocicletas quemadas en Shakahola, pero la policía no actuó más allá de hacer breves arrestos, dijo Yaah, añadiendo que se dio cuenta de que “Mackenzie era más poderoso de lo que pensaba.”
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