Para la Sra. Braun-Pivet, al igual que muchos franceses, la religión es una cuestión de tradición y herencia y no de devoción fiel. Su esposo, Vianney Pivet, es un católico no creyente, y celebran tanto la Navidad como Hanukkah con sus cinco hijos.
Sin embargo, la historia familiar de la llegada de sus abuelos paternos a Francia, su supervivencia durante el Holocausto y la exitosa vida que construyeron en su nuevo país es un pilar de su identidad.
Sus abuelos, Kalmann y Rosa Braun, se encargaron de ella y de su hermano mayor durante muchos días festivos escolares franceses. Sus historias, dijo ella, “irrigaron enormemente nuestra infancia”.
Rosa era una judía de Munich cuya familia huyó de Alemania cuando los nazis tomaron el poder en 1933. Kalmann era un judío de Polonia que visitó Francia con una visa de turista y luego se quedó. Se conocieron y se casaron en Francia.
Al estallido de la Segunda Guerra Mundial, se unió a la Legión Extranjera Francesa. Después de la rendición de Francia en 1940, la pareja intentó disolverse en el campo, donde él ofrecería servicios de confección a cambio de comida, refugiándose finalmente en los Alpes. Allí, Kalmann se unió a la Resistencia y Rosa estuvo escondida durante dos años por una familia en su granja, donde dio a luz al padre de la Sra. Braun-Pivet.
Después de la guerra, Kalmann utilizó su medalla de la Resistencia para solicitar la ciudadanía francesa para los tres.
Muchos franceses se sintieron traicionados por el régimen de Vichy que colaboró con los nazis y ayudó a enviar a más de 74.000 judíos a la muerte en campos de concentración. Pero la Sra. Braun-Pivet dice que sus abuelos estaban entre aquellos que se sintieron salvados por su nuevo país.
“Transmitieron su amor visceral por Francia, el país que los había acogido, protegido y por el que habían luchado”, dijo durante su discurso de investidura como presidenta de la Asamblea Nacional el año pasado.