El viernes por la mañana, las autoridades penitenciarias rusas anunciaron la muerte del líder de la oposición rusa Alexei Navalny. Al parecer, se sintió mal después de un paseo en el patio de la Colonia Penal No. 3, a donde había sido trasladado unas semanas antes, y perdió el conocimiento. Los intentos de los rescatistas por reanimarlo no tuvieron éxito, y el equipo de Navalny confirmó su muerte al día siguiente. Aunque aún se desconoce la causa exacta de su fallecimiento, los aliados de Navalny ya han dicho que fue asesinado, no cabe duda de que el Kremlin tiene plena responsabilidad.
Grupos de personas se han reunido en todo el mundo en los últimos días para expresar su dolor y rabia por la muerte de Navalny. Estas reuniones han sido poco numerosas en Rusia misma, ya que el estado, como es usual, está reprimiendo la protesta, pero habrá una imagen perdurable de este fin de semana: personas dejando flores, en la antigua casa de Navalny en Moscú, en el memorial de las víctimas de la represión soviética frente a la sede del FSB, y en muchos otros lugares del país. Estos son actos de duelo individual, de silencio y soledad.
La muerte de Navalny representa otro símbolo más dramático de la brutalidad sin fin del régimen ruso y sus guerras, tanto contra Ucrania como contra su propia población. Es posible, por supuesto, que la muerte de Navalny haya sido “simplemente” el resultado de sus condiciones de prisión, semejantes a la tortura. Pero igual de factible es la posibilidad de que el curso de los acontecimientos haya seguido un guion preciso, dictado por el Kremlin y concebido para privar a la sociedad rusa de toda esperanza restante.
El ascenso de Navalny.
Desde su regreso a Rusia y su posterior encarcelamiento en 2021, Navalny creía que su tarea principal era difundir coraje. Pero este papel, una pantalla sobre la que se podía proyectar la esperanza, no estaba necesariamente predeterminado para alguien que era conocido en gran parte por su sarcasmo penetrante y su crítica agresiva y mordaz.
Un admirador convertido en feroz crítico de Boris Yeltsin, Navalny comenzó su carrera política como abogado anticorrupción para pequeños accionistas y como jefe de campaña del partido liberal Yabloko. Su talento retórico era evidente en un club de debates que moderaba a principios de la década de 2000, y comenzó a desarrollar ambiciones políticas propias, alejándose eventualmente del movimiento nacionalista ruso, posiblemente porque no le proporcionó el seguimiento que esperaba, pero no rompió totalmente con sus mensajes políticos.
Puro por estándares electorales, el mayor éxito político de Navalny llegó en 2013, cuando terminó segundo en las elecciones a la alcaldía de Moscú, asegurando el 27 por ciento del voto. Esta votación señaló al régimen que era hora de poner fin a la estrategia con la que había intentado presentar a Navalny como el símbolo de una oposición liberal sin trabas pero siempre perdedora. La represión aumentó.
Pero el verdadero punto culminante de la obra política de Navalny fue su campaña presidencial de 2018. Por supuesto, lo excluyeron de la boleta electoral; la Comisión Electoral Central citó un caso de fraude en su contra como justificación, pero el esfuerzo le ayudó a construir una red de seguidores en todo el país por primera vez en la historia de la oposición en la Rusia postsoviética. Lideró un sistema innovador de votaciones tácticas (llamado “Voto Inteligente”), que llevó al éxito de candidatos locales de oposición entre 2018 y 2020, en algunos casos ayudando a eliminar la mayoría del partido Rusia Unida. El intenso enfoque del Kremlin en Navalny: el intento de asesinato en 2020, el encarcelamiento en 2021, la destrucción completa de su organización, dejan claro que él y su equipo fueron la fuerza de oposición más potente a la que Putin jamás se enfrentó.
No antipolítico, sino prepolítico.
Navalny ha sido criticado tanto por la izquierda como por la derecha nacionalista por su “ingenuidad liberal”. Algunos argumentaron que reemplazar la élite rusa, reformar el sistema judicial del país y hacer las elecciones competitivas no serían suficientes para provocar verdaderamente el cambio que, según ellos, Rusia necesitaba. Pero para Navalny, la democracia, la lucha contra la corrupción y el estado de derecho, que siempre estuvieron en el corazón de su trabajo, no fueron antipolíticos, sino prepolíticos. Su objetivo siempre fue unir una coalición lo más amplia posible, una alianza que, en su esencia, coincidía principalmente en su oposición fundamental al régimen autoritario y corrupto. Para Navalny, para que la competencia política “normal” fuera posible, Putin primero necesitaba ser desalojado.
Navalny también fue criticado por su dependencia de la política centrada en la personalidad. Y, por supuesto, como líder carismático de su proyecto, Navalny era muy consciente del poder. Su organización estaba destinada a ser un ejemplo de las instituciones eficientes que existiría en la “Maravillosa Rusia del Futuro”, un lema que él mismo acuñó, pero también era el reflejo personalista, y a veces autoritario, del régimen al que se enfrentaba. Su organización, por ejemplo, era un partido en todo menos en el nombre, con la diferencia importante de que no había un mecanismo para que la base, los voluntarios del movimiento, pudieran influir en las decisiones en la cúpula. Dicho esto, porque el régimen de Putin ha cerrado sistemáticamente la política normal, y por lo tanto la formación de coaliciones políticas estables y visones del mundo, la creación de un movimiento de oposición en torno a una figura líder no solo es comprensible sino probablemente la estrategia más efectiva.
El retorno de lo colectivo.
Mirando hacia atrás en su vida, el mayor logro de Navalny es quizás su lucha por la autoeficacia, por la idea de que las acciones de uno realmente pueden hacer la diferencia. Después de la ola de protestas en 2011 y 2012, que todavía estaba dominada por veteranos de la era de la Perestroika, la campaña presidencial de Navalny en 2017 y 2018 representó la movilización política más significativa en Rusia en décadas. El equipo de Navalny abrió alrededor de 80 oficinas de campaña en todo el país, con algunos empleados remunerados y muchos voluntarios. Antes de 2021, estos eran lugares de redes y asistencia legal, eran centros bulliciosos de intercambio independiente. Para muchos en Rusia, esa campaña fue su primera experiencia de acción colectiva.
Los líderes de estos centros llevan mucho tiempo encarcelados o expulsados. Pero miles de activistas llevan consigo sus habilidades, así como su anhelo de una Rusia pacífica y democrática. Hoy, están dejando flores en Volgogrado o Vilna, probablemente solos. Pero cuando regresen algún día y trabajen juntos en la “Maravillosa Rusia del Futuro”, será gracias a Alexei Navalny.
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