Trump está obligando a Europa a enfrentar la situación en Ucrania.

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El escritor es director editorial y columnista de Le Monde

Al final de una conferencia sobre historia y libertad impartida la semana pasada en un magnífico salón del siglo XIX en la Universidad de la Sorbona en París, el historiador estadounidense Timothy Snyder tuvo este mensaje para los europeos: si se alcanza un acuerdo de alto al fuego en Ucrania, “deberían hacer todo lo que esté en su mano para ayudar a Ucrania: membresía en la UE, tropas, inversión masiva. De lo contrario, vivirán permanentemente a la sombra de la guerra. Esta es la hora de Europa, porque EE. UU. no hará nada”.

Emmanuel Macron no necesita convencerse. En Europa, la conversación sobre la guerra de Rusia en Ucrania ha cambiado bruscamente. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la apertura del presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy hacia un arreglo negociado han creado una situación nueva y más volátil. Apoyar a Ucrania “el tiempo que sea necesario”, el mantra de los aliados durante casi tres años, pierde credibilidad cuando el socio mayor abandona el coro. La voluntad de Trump de poner fin a la guerra, mientras mantiene a los europeos en la oscuridad sobre cómo pretende hacerlo, plantea un desafío enorme a los líderes del continente.

La peor pesadilla del presidente francés, compartida por muchos de sus homólogos, es un acuerdo ruso-estadounidense hecho a espaldas de ucranianos y europeos, una tradición diplomática estadounidense que, para ser justos, antecede a Trump. Macron logró una victoria temprana cuando organizó una reunión entre Zelenskyy y el entonces presidente electo Trump en los márgenes de la reapertura de la recién restaurada Catedral de Notre-Dame en diciembre. Esta conversación al parecer ayudó a Trump a darse cuenta de que resolver el problema llevaría más de 24 horas. Los funcionarios europeos también señalan, de manera tranquilizante, que el presidente de EE. UU. ha evitado, hasta ahora, escenarios escalofriantes al estilo de Gaza sobre Ucrania. Creen que aún no ha fijado una postura, ya que el presidente ruso Vladimir Putin aún parece creer que puede ganar esta guerra.

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Sin embargo, saben con claridad que EE. UU. se está desvinculando. No es necesario abandonar la OTAN, simplemente Trump no quiere que su país se vea afectado por una guerra en Ucrania. Si Europa quiere tener un asiento en la mesa de negociaciones, debe tener algo que ofrecer para que se tomen en cuenta sus intereses no solo en cuanto a los términos del acuerdo, sino también en su implementación. Un acuerdo que podría parecer bueno para Trump porque detiene la matanza de “jóvenes hermosos” no será un buen acuerdo para Europa si no impide que Putin vuelva a atacar a Ucrania. Desde el punto de vista europeo, garantías sólidas de seguridad para Kiev son clave para cualquier acuerdo.

Es aquí donde las cosas se vuelven dolorosas para países que durante décadas han externalizado su seguridad a EE. UU. y que ahora se dan cuenta tardíamente de que esa garantía ha desaparecido. Según un funcionario europeo, se está llevando a cabo un “debate muy dinámico” sobre las garantías de seguridad que serían necesarias. Entre los países más decididos en este debate, que incluye a Polonia, los Estados bálticos, Suecia y Finlandia, Francia intenta desempeñar un papel de liderazgo, aunque en un modo nuevo y poco familiar: reunir a otros y mantener las diferentes piezas del rompecabezas juntas en lugar de jugar su propia carta.

Se han puesto en marcha nuevos formatos, fuera de la UE si es necesario, como incluir a Italia y al Reino Unido en el “triángulo de Weimar” de Francia, Alemania y Polonia. Aunque Macron, quien también presumiblemente es consciente de su posición debilitada en la escena europea debido a sus problemas políticos y económicos internos, se ha visto humillado por la reacción adversa que recibió hace un año a su propuesta sorpresa de poner “botas sobre el terreno” en Ucrania, aún tiene trabajo por hacer para recuperar la confianza de sus socios.

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Sin embargo, Francia se encuentra en una posición singular cuando se trata de enfrentar a un presidente estadounidense que puede comportarse más como un adversario que como un aliado. Para algunos europeos, especialmente aquellos más expuestos a la amenaza rusa, la posibilidad de la caída de Ucrania es una perspectiva aterradora, pues se encontrarían a continuación en línea de fuego. La tentación de intentar mantener la protección estadounidense a toda costa sería contraproducente con el esfuerzo de construir una sólida capacidad de defensa europea. Francia no comparte la misma sensibilidad porque se siente protegida por su propio disuasivo nuclear independiente.

Las palabras de Snyder en la Sorbona hacen eco de las de Mark Rutte, el secretario general de la OTAN, quien advirtió a los miembros del Parlamento Europeo el mes pasado que si los estados miembros de la UE no aumentan drásticamente sus gastos en defensa, las únicas opciones que les quedan serán aprender ruso o mudarse a Nueva Zelanda. Atrapados entre Putin y Trump, los europeos finalmente enfrentan la realidad de la que han intentado escapar durante tanto tiempo.

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